Los sueños, para que puedan comenzar a realizarse deben ponerse en palabras, darse a conocer.

jueves, 6 de octubre de 2011

Reafirmada

Publicado por Autoras en la sombra Miercoles, 29 de Junio del 2011  
Artículo escrito por Kaguya Hime

Vacaciones. El sol, la brisa del mar, una tumbona, un libro y yo. Soy la mujer que lleva un bikini de estampado tropical con pareo gigante a juego que no me pienso quitar aunque me ase de calor.

Y eso que este año lo he hecho todo bien. Sigo una dieta rica en fibra y vegetales como una cabra montesa, me llevo bebidos tres pantanos de agua, estoy regularizada por dentro y evito caer en todas las tentaciones.

Además, he incorporado el deporte a mis rutinas diarias: todos los días, y después de diez horas en la oficina, me calzo unas horribles zapatillas quemagrasas y camino una hora, deprisa, como si me siguiera alguien, el hambre, posiblemente. Luego, después de alegrar mis platos con alimentos hipocalóricos, me pongo un electroestimulador y me siento a ver la tele o a leer mientras mi cuerpo se tonifica y se remodela.

Por si esto no fuera suficiente, los martes, jueves y sábados acometo con frenesí y devoción la desinfección y limpieza del hogar, que también cansa lo suyo, mientras hago sentadillas. Los domingos, como Dios, descanso...

O no. Porque los domingos los dedico a darme una mascarilla que me deja el pelo con brillo de espejo y tacto de seda, a exterminar hasta el último de los pelos de mis extremidades y a velar por la belleza de mis axilas, la suavidad de mis talones y la salud de mis uñas. La sesión me estresa tanto que me provoca más retención de líquidos, más ansiedad y más ganas de comer, pero soy más lista que el hambre y salgo siempre victoriosa.

Además me depuro cada mañana con un vaso de agua templada en ayunas y luego me lo reafirmo todo. Los glúteos, las piernas, el abdomen, lo senos, cuando no es el liporeductor, es el antiestrías, pero reafirmada estoy reafirmadísima.

Y la cara, bueno, con la cara he emprendido una cruzada anti-edad contra las líneas de expresión, las manchas, las ojeras, la pérdida de volumen de mis labios, la indefinición del óvalo que todavía no sé lo que es, pero me han dicho que lo tengo… Vamos, un no parar estético.

En conclusión, que he cumplido escrupulosamente con todos los puntos de la operación bikini y la operación careto y ahora debería sentirme feliz porque además luzco todas las tendencias de la moda baño: moño alto, gafas a lo John Lennon y bikini de estampado tropical con incrustaciones doradas. Pero no me siento feliz. El moño me sienta fatal y me da dolor de cabeza, las gafas me hacen parecer idiota y las imperfecciones siguen ahí. Todas.

Prometo que he seguido todos los pasos para tener un cuerpo 10 y el resultado es que tengo un cuerpo 5,5. Ni por asomo tengo el aspecto de las modelos de los especiales de Belleza. Ni tengo sus pieles radiantes y lisas, ni sus culos firmes, ni sus vientres lisos, ni sus dientes ultrablancos, ni sus sobredosis de PhotoShop. Ni los tengo ni los tendré. Lo asumo. He sido buena, constante, responsable y este es el resultado: he fracasado.

No pasa nada, me invisibilizo con el pareo XXL y las gafas y me dispongo a disfrutar de la lectura de una novela romántica con sus tapas forradas con papel de periódico. No me gusta que me juzguen. Pero que me juzgue quién ¿el tío gordo que está a mi lado y que tiene pinta de no haber leído un libro en su vida? Ya sé que es absurdo, ahora bien ¿y si de repente apareciera un crítico literario apolíneo de los que piensan que el amor es el opio de las mujeres? Uno de esos que no se han enterado de que el amor es un impulso como el hambre que elaboramos culturalmente, creando en la belleza, esto último es de Platón, pero seguro que el crítico tampoco lo sabe. Porque él es de los que detestan que se escriban historias sobre mujeres que son protagonistas de sus propias vidas, que se enamoran y que son razonablemente felices. Historias que categoriza como literatura de mujeres o basura, según tenga el día. Y digo yo, ¿por culpa de este tío estoy condenada a tener de por vida los dedos tiznados de negro? A la porra el papel.

Estoy que lo tiro. Alentada por el acto rebelde, calculo los pasos que hay desde mi hamaca hasta que el agua me llegue por las cejas y cubra todas mis imperfecciones: treinta y seis. Demasiados pasos, demasiada celulitis, demasiada flacidez. Mejor me quedo en la tumbona y espero a la caída de la tarde, mejor a la noche. Aunque me dé un golpe de calor, aunque corra más riesgo de que me ataquen las medusas, los peces araña o las tintoreras, es preferible un baño a la luz de la luna a que la playa entera descubra que soy una perdedora, que estoy blanda, que tengo barriga, piel de naranja y un michelín en la espalda.

El crítico sonreiría satisfecho: soy como una de esas historias de padecimientos y derrotas que tanto le gustan a él.

En mi caso casi derrota porque, aparte de las pestañas y los dedos de los pies, me percato de que hay algo más que no tengo flácido: el cerebro que ahora viene a mi rescate para recordarme que a mí me gustan las historias que acaban bien.

Y es entonces, cuando, por primera vez, me reafirmo de verdad, me libero del pareo y, triunfante y feliz, me dirijo hacia el mar que cubrirá todas mis imperfecciones.

1 comentario:

Ana dijo...

Hola, me ha encantado el articulo, (sobre todo el final), creo que es lo que casi todas pensamos o hacemos en alguna ocasion ¿para que? pues no se, por el que diran o por pensar que por lo menos lo intentamos, creo que es una buena reflexion sobre estar contentas con nuestra vida y nuestro cuerpo.

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