Los sueños, para que puedan comenzar a realizarse deben ponerse en palabras, darse a conocer.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Amor Imprevisto - Capítulo 5

E

l viaje en avión fue toda una experiencia. Largo y realmente cansador a pesar de viajar en primera clase. Disfruté de un asiento enorme que prácticamente se trasformaba en una cama. Teníamos una aeromoza que atendía solo nuestros requerimientos, eso fue absolutamente un lujo. Al subir revimos una copa de champagne y durante el resto del viaje, nos surtieron de bebidas y canapés de todo tipo. Yo mucho no probé ya que como era mi primer viaje aun tenía el estomago algo revuelto por los nervios.

A pesar de todas las comodidades he de afirmar que Russell es una maquina de trabajar. Estuvimos casi cuatro horas inmersos en temas de la agenda que trataríamos en Londres. Apenas si paramos para almorzar y tomar una copa. Solo tecleamos en la notebook, compaginamos nuevos archivos, notas y datos. Revisamos informes y preparamos nuevas estrategias para las futuras negociaciones.

Creo que después de mi decimo bostezo decidió que ya era suficiente. Propuso apagar las computadoras y descansar un rato hasta que llegarnos a destino. No puedo negar que me sentía aliviado, si seguíamos a ese ritmo yo tendría que ponerme palillos en los ojos para mantenerlos abiertos.

Llegamos al aeropuerto de Heathrow ya entrada la noche, aun así era un hervidero de gente. Algunos como nosotros que llegaban y otros que partían. A pesar de esas horas que descansé en el vuelo estaba como aletargado. Tan cansado que mi único deseo fue el llegar a nuestro alojamiento.

Como siempre Russell tenia lo mejor, a la salida de la puerta de embarque nos esperaba su chofer, recogimos nuestras maletas y enfilamos hacia el estacionamiento donde Dolls, el chofer, había estacionado la limusina. Viendo semejante coche uno creería que éramos estrellas de Hollywood o más bien de la realeza para estar a tono con el país.

Subimos y en cuanto nuestro equipaje estuvo en el maletero partimos. Russell no estaba muy comunicativo, aunque nunca lo era. Descubrí durante estos meses que no era una persona dada a la charla banal. Jamás hablaba de sus amigos, de la familia o sus conquistas. Es su exterior era un hombre duro, exigente tanto consigo mismo, como con los demás. A veces me preguntaba si fue un espejismo el hombre que vi tan relajado y abierto parado en la puerta del ascensor aquella mañana. Viéndolo a la distancia y habiéndolo llegado a conocer me asombra que haber presenciado algo tan mundano y cómplice como el giño que me dirigió.

Cabe aclarar que esta actitud me resultaba mucho más cómoda, no habría podido trabajar si me hubiera encontrado con la misma actitud que el primer día. Solo de pensarlo se me subían los colores a la cara. Aun la informalidad de llamarlo por su nombre me afectaba de un modo extraño y visceral, el reto del tiempo mi excitación se mantenía en un tono tolerable y poco a poco se transformaba en respeto. Supongo que solo fue una etapa, esa atracción primaria que sentí apenas lo vi por primera vez.

  • Despierta, Molgan – sentía desde lejos una voz que me hablaba – Molgan, ya llegamos, despierta.
  • ¡He!, ¡Ho! ¡perdón lo siento! Ya estoy despierto, disculpe señor, creo que el viaje me cansó más de lo que creía.
  • Si, bien baja y podrás subir a tu habitación a descansar como corresponde

Siguiendo el consejo, descendí de la limusina. Cabe decir que ni me fije en donde estábamos, aun me encontraba algo atontado por el sueño. Al entrar al edificio, descubrí que era una mansión, con suelos de mármol, paredes cubiertas con pinturas invaluables, todo original y del mejor gusto. Aunque tal vez por el horario en que llegamos, el vestíbulo no refulgía de luz, estaba en penumbras.

  • Mi señor, me alegra tenerlo nuevamente en casa – Dijo una sombra desde mi derecha. Sobresaltado miré hacia donde provenía la voz y descubrí al clásico mayordomo ingles, tieso y flaco como un palo y poseedor de una edad indefinida, viejo como Matusalén y tan ágil como un joven. Que aun así te recuerda a Largo de los Locos Adams.
  • John Ashdown, este es mi nuevo asistente para el área de América, Fabio Molgante, estará aquí por un tiempo a fin de capacitarse. Por favor vela para que tenga todo lo que necesite.
  • Por su puesto señor, así será hecho.- Ashdown lo dijo con una inclinación y toda la flema inglesa. Nunca creí lo que se decía respecto de los ingleses, pero descubrí que era cierto
  • Los caballeros desean cenar algo ligero - Pregunto a continuación.
  • No, John, gracias pero estamos absolutamente agotados y nos iremos a recostar. – Cabe decir que yo podría haberme comido algo pero siendo esa la respuesta de Russell no me quedó otra que irme a la cama.

Se me asignó una de las habitaciones de invitados, cuando llegué a ella, mi equipaje ya estaba desarmado y colocado ordenadamente en el vestidor. La habitación era un lujo, decorada con una simpleza increíble, en tonos tierra, negros y blancos. Las ventanas altas estaban cubiertas por pasador cortinajes y los muebles eran de estilo, el piso era de madera gastada por los años pero bajo la cama había una gran alfombra. La cama era antigua con dosel, pero sin volantes y encaje que la hiciera parecer femenina, se veía tan invitadora que lo único que pensé era en dormir.

En la medida que me desvestía comprendí que no podía acostarme así, aun con la sensación del avión en mí. Decidí que me convendría darme una buena ducha para despejar mi mente, relajarme y luego sí podría acostarme a dormir.

Ingresé al baño e inmediatamente quede asombrado por el lujo, la mezcla armónica de modernidad y antigüedad en la grifería, la porcelana, los suelos de mármol. Todo conjugaba con gran armonía, la bañera con patas de bronce, la mampara de vidrio que delimitaba la zona de la ducha, el antiguo lavabo de porcelana. Todo en una lugar tan grande que cabria todo mi departamento solo dentro de la habitación y el baño.

La ducha fue maravillosa, dentro de un cubículo con tres regaderas que enviaban chorros de agua a una presión optima por todo mi cuerpo. Al salir me sequé con la más esponjosa de las toallas y me envolví en una bata que me quedaba justa. Ingresé al vestidor y busque entre la ropa mi pijama. Luego de ponerme el pantalón me dispuse a dormir. Salvo que en cuanto me acosté sentí a mi estomago rugir. Sabía por experiencia que no podría dormir si me acostaba con hambre.

No me quedó otra que levantarme y pasear por la mansión en busca de la cocina, era hora de asaltar la heladera de mi jefe.

Vague por la casa un poco. Creo que en un par de ocasiones mi perdí. El mayordomo, se había tomado la molestia de explicarme la disposición de la casa cuando me acompañaba a la habitación, pero creo que yo no le presté la suficiente atención. Finalmente, escuche ruido, algo como taza y ollas golpeando, hacia allí me dirigí.

Definitivamente era la cocina, una increíblemente sofisticada. Pero no fue la cocina lo que me hizo pararme en seco, sino a quien encontré allí. Pardo de espalda a la isla del centro estaba mi jefe, prácticamente desnudo, por ropa solo llevaba un suspensorio. Simplemente me quede atónito mirando ese cuerpo desnudo.

Debo haber realizado algún ruido porque de repente se volteo hacia mí con un sándwich en la mano, a punto de introducirlo en su boca.

  • Ven, no seas tímido, pasa. ¿También bajaste por un entremés de media noche? Entra de daré de comer.
  • Yo, bueno, creo que..que.. no me… mejor me… me voy a dormir – tartamudee mirando el cuerpo del hombre frente a mí. Cabe decir que no me moví solo seguí mirándolo.
  • Como quieras, aun que hago unos magníficos sándwich, a no ser que desees algo más. – dijo ladeando la cabeza y mirándome con los ojos picaros de la primera vez.- Si sigues comiéndome con los ojos de ese modo puedo llegar a incluirme en el menú.

    Después de esa frase corrí como si el diablo me persiguiera, y creo que así era, aun puedo escuchar sus risas a la distancia.

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    Vereniz.-

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