Los sueños, para que puedan comenzar a realizarse deben ponerse en palabras, darse a conocer.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Amor Imprevisto - Capítulo 1


GACELA DEL AMOR IMPREVISTO

Nadie comprendía el perfume
de la oscura magnolia de tu vientre.
Nadie sabía que martirizabas
un colibrí de amor entre los dientes. 

Mil caballitos persas se dormían
en la plaza con luna de tu frente,
mientras que yo enlazaba cuatro noches
tu cintura, enemiga de la nieve. 

Entre yeso y jazmines, tu mirada
era un pálido ramo de simientes.
Yo busqué, para darte, por mi pecho
las letras de marfil que dicen siempre.
 
Siempre, siempre: jardín de mi agonía,
tu cuerpo fugitivo para siempre,
la sangre de tus venas en mi boca,
tu boca ya sin luz para mi muerte.

Federico García Lorca
C omo todos los días iba caminado hacia el trabajo. Había estacionado mi auto en el estacionamiento que la empresa tiene a pocas cuadras de las oficinas. Era un día a comienzos del otoño, un poco fresco con una lenta brisa de sur, que insinuaba un invierno crudo para pullover de lana tejido por la abuela. Escogí caminar por la vereda del sol y así poder disfrutar de los últimos rayos del verano.
Lunes otra vez. Eso pensé, avance sin muchas ganas de trabajar, con muy poco ánimo de instalarme nuevamente tras mi escritorio, ver planillas interminables llenas de números que no concuerda y soportar jefes aun mas intolerables. Pero bueno hay cuentas que pagar y aguantar hasta conseguir un trabajo nuevo. Digamos que no queda otra que resignarse, o eso pensaba yo.

Mientras iba caminado despacio, casi arrastrando los pies recordé que esa mañana entraba el nuevo. En realidad no era el nuevo, sino más bien el nuevo jefe. La empresa de sofware para la que realizaba trabajos de administración había sido adquirida por la competencia SotfHobbs. Así que esa mañana alrededor de las 10:30. Según decía el comunicado que enviaron el viernes se haría la presentación en sociedad del nuevo jefe.

Mis compañeros de oficina estaban absolutamente revolucionados, aprensivos por los cambios. Especulando con los despidos y cambios de jefaturas. La verdad es que con la apatía en la que estaba sumido en los últimos tiempos, este incidente era uno más. No temía perder mi trabajo, es mas creo que ansiaba el despido, como un motor un empuje que me enviara a buscar algo nuevo, que me impulsara a salir de ese lugar cómodo en el que me encontraba. Supongo que se notaba mi apatía, prueba está en los hechos que se sucedieron a continuación.
  • ¡Hola!, Alberto. – Saludé al guardia de seguridad en la entrada del edificio. Tome mi tarjeta magnética y la pase por la terminal del molinete. Escuche el chasquido que me indicaba la entrada. Lunes otra vez y aquí estoy. Fue lo único que pensé al entrar al trabajo.
  • Hola, hola. – Fui saludando algunos compañeros con los que me cruzaba rumbo al ascensor.
Parado junto a las puertas de los ascensores había un hombre desconocido. Lo primero que pude apreciar era que no vestía como el resto de nosotros. El estaba relajado, calzaba unos mocasines marrones claros gastados por el uso. Vestía unos pantalones jeans azules impecables y muy caros, con un calce perfecto, tiro bajo que insinuaban el oscuro vello en flecha hacia debajo sumamente sexi. Completaba el atuendo una camisa blanca de seda, impecable, sin una arruga, con algunos botones desabrochados tanto en la parte superior como en la inferior. Seguí mi recorrido hacia arriba y me tope con un rostro masculino, muy bello, con algo de pícaro y travieso a la vez. El me sonreía y hasta me guiño un ojo. No pude hacer más que sonrojarme por haber sido enanchado en tan descarada observación. Suerte que en ese momento llego el ascensor y pude escabullirme entre todos los que lo abordaron.

He de reconocer que nunca en mi vida mire a un hombre con tal descaro. Realmente nunca me consideré gay. Toda mi vida fui Heterosexual, me gustan las mujeres sus curvas, su suavidad y la humedad con que te reciben en su interior. Realmente desconcertado por semejante experiencia opte por guardarla en algún recóndito interior de mi mente. Cerrarla con llave y olvidar que alguna vez me había detenido a preciar a un hombre a tal punto de hasta comérmelo con los ojos y lo más humillante tener una erección de me impidiera caminar con normalidad.

Sumido en tales pensamientos, casi me paso de mi piso. Más aun no tengo ni idea en que piso bajo el moreno hombre. A codazos y pidiendo permiso entre todos los ocupantes del ascensor logré salir al piso 25 del edificio, la planta correspondiente a la empresa Webbself.

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Vereniz.-

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