Los sueños, para que puedan comenzar a realizarse deben ponerse en palabras, darse a conocer.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Entrevista


Hacia frio, como hace mucho no se sentía, la humedad lo hacía más intenso aun. Alberdi, se paro en la acera junto a la casa e intentó transponer en ella toda la maldad de quien la habitaba, a pesar de ser igual a cualquier otro Hogar. Nada que lo distinguiera de los demás, como si quisiera pasar desapercibido y no revelar quien habitaba en el interior.


 

Era Inglaterra en el año 1857, hacía cinco años que Rosas vivía en ese lugar.


 

A pesar de haber llegado hasta allí, dudaba en enfrentarlo; pero al temblor que le recorría el cuerpo le sobrevino el valor. Alzó su mano y golpeo con firmeza la puerta principal. Se abrió despacio, y una figura pequeña y arrugada, inofensiva en apariencia lo atendió.


 
  • Bue.. buenos días…yo… yo – trato de saludar no sin temor
  • Si, Buenos días. – dijo en hombre con voz firme, aun voz de mando – Usted debe ser el Señor Alberdi.
  • Yo… yo soy, vengo a realizar una entrevista al señor Juan Manual de Rosas.



  • Lo sé, pero por favor, pase no se quede allí en la puerta que realmente hace un frio terrible. Hace tiempo que en Inglaterra no teníamos un día así, mas con esta niebla tan densa. Venga, deja su abrigo en el perchero de allí.


Alberdi, aun asombrado y temeroso dejo su abrigo como le fue indicado, observando la estrecha habitación, bastante más caldeada que el exterior, lo cual agradeció


 



  • Venga, vamos al salón por una taza de té, del buen te ingles. No serán unos buenos mates pero servirá para entrar en calor.


Siguió caminando tras en hombrecito y pensando que nos se parecía en nada al ser monstruoso que años antes fuera gobernador de Buenos Aires. ¡Qué ironía!. Ingresaron a una estancia que más un salón era una masculina biblioteca, poblada libros, del aroma a cuero y tabaco, con una chimenea provista de buen fuego. No sabiendo a ciencia cierta como iniciar la entrevista acepto la delicada taza de té que le entrego su anfitrión. Bebió un sorbo y eso lo reconforto, adquiriendo el valor para hablar nuevamente.


 

  • Muchas gracias por el té, era necesario – Admirando su alrededor le comento a Rosas - Reamente posee una muy bella casa aquí señor.
  • Oh; si realmente uno de los mejores aciertos que realice al elegirla, aunque sabrá que la decoración no es mía. Eso no es mi fuerte. Para eso están las mujeres.
  • Si, coincido. Y… General. ¿Cuénteme como lo ha recibido este país?
  • Bien, realmente bien. Aunque quiere que le diga la verdad, no hay como mi país. Extraño mucho mis tierras, las grandes llanuras de la pampa, mi gente, el cabalgar por la estancia y por sobre todo el mate por las mañanas – con un gesto lleno de ironía señalo las tazar de te repartidas en la mesa ratona, dejando escapar una risa entré pena y desprecio.
  • ¿General, no extraña más en poder?
  • Si claro, como no voy a extrañarlo. Conviví con ello tal vez demasiado, como dicen mis enemigos. Aunque según entiendo siempre se extraña.
  • Y sobre la Argentina que dejo, ¿Cómo la ve?
  • Bueno, fui derrotado en Caseros y creí que era mi deber renunciar al cargo de Gobernador de Buenos Aires, siento que los deje solos. Aunque sé que era necesario para que Argentina iniciar un nuevo camino. Pero sobre todo me veo en la situación de sentirme impotente, de no poder participar estando acá. Viendo como se suceden los hechos y como se desmoronan algunos proyectos y buenas ideas.
  • Entonces, usted afirma que desearía volver.
  • ¡Claro que sí! Desearía poder pisar el suelo de mi tierra

 

La charla siguió horas interminables y bien entrada la noche Alberdi se marcho rumbo a su alojamiento, sintiendo que el hombre que encontró en esa casa no era el gran culpable de las desgracias de la Argentina. Solo era un extraviado mas añorando su casa.

 

 
Ver.-

 

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