Por Carolina Aguirre
Especial para lanacion.com
La gente abandona a sus mascotas especialmente durante las vacaciones. Algunas estadísticas dicen que el 70% del abandono de animales sucede entre enero y marzo, todos los años. Supongo que así como durante el receso escolar la gente deja que sus hijos mancharse con barro, acostarse hasta tarde, o comer porquerías, también les permiten tener una mascota estacional que, como sucede con el horario permisivo, tampoco vuelve con ellos a sus casas de Buenos Aires. Otros hacen el camino inverso y abandonan a la gatita que tuvieron durante todo el año porque no pueden llevarla ni quieren pagarle a alguien para que la cuide.
No me imagino cómo pueden hacerlo, pero sí como lo hacen. Una noche antes de irse, mientras arman los bolsos, los padres deben dar vueltas con su auto, esperando que nadie los vea, para abandonar un cachorro que probablemente los siga, ladrando, hasta que el auto lo deje atrás. Si lo logran, volverán a casa para la cena, a contarles a sus hijos lo contento que está el perrito en el campo de su amigo. Los nenes probablemente lloren y ellos hagan la misma promesa falsa: que lo van ir a visitar. Me pregunto si después, cuando apagan la luz y los nenes duermen, sienten culpa o si encuentran alguna forma de justificar lo que hicieron. ¿Habrá razones que desconozco (pero que me gustaría saber, por supuesto) para dejar un perro solo, en la ruta, a merced de los autos, del hambre, del frío?
En el Tigre, sólo en este río, este año contamos alrededor de cuarenta mascotas abandonadas, aunque debe haber más. Sin embargo, cuando le pregunto a esa misma cantidad de adultos si alguna vez lo hicieron, si alguna vez dejaron a una caja de cachorros tirada en la ruta o en un baldío, todos se ofenden: "sería incapaz". Me pregunto en dónde se esconde toda esta gente que abandona mascotas. ¿Viven en otro planeta? ¿Están todos escondidos? ¿Dejan una caja de gatitos recién nacidos y se cambian la identidad? Porque nadie los conoce y nadie lo hizo, pero acá hay cuarenta perros flacos y sin castrar esperando las sobras del asado que deja en la basura el turismo.
Probablemente una parte de esa gente que no existe ahora mismo esté leyendo esto, tan indignada como yo. Quizás se hayan convencido a sí mismos de que no lo hicieron, o de que alguien encontró a su mascota, que ahora duerme, arropada, frente a una chimenea y un plato de leche. La percepción de la realidad, se sabe, nos falla muy seguido. No por nada la gente cree que come más sano de lo que come, que paga mejores sueldos de los que paga, que consume menos televisión de la que mira, y que tiene más amigos de los que tiene en realidad. Cuando vuelvan de vacaciones, luego de haber comido rabas, tomado sol y abandonado a un perrito, sus amigos le preguntarán cómo la pasaron y ellos, muy relajados, responderán que estuvo todo lindísimo.
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