Desde siempre he seguido todo comentario sobre el género y he sufrido con los tópicos que sitúan a la novela romántica como ciudadano de segunda, y a sus aficionadas al género como mujeres sin demasiada formación. Las lectoras de novela romántica se pueden encontrar en todos los escalafones culturales o económicos de la sociedad. Leemos romántica porque destila sentimientos, pasiones, sueños..., y eso nada tiene que ver con el bagaje educativo ni con el estatus social.
Las lectoras de novela romántica son mujeres valientes, para quienes los libros son como una droga que deben adquirir de continuo. Casi fetichistas. Cuando una novela es buena o simplemente les gusta y enamora, sienten la necesidad de poseerla aunque ya la hayan leído. Coleccionistas incansables de sagas, de autoras, de temas..., bregando siempre entre las librerías y el presupuesto familiar y consiguiendo, día a día, ahorrar lo suficiente para caminar raudas hasta la librería donde adquirir la última novela.
Las lectoras de novela romántica son mujeres resueltas y atrevidas que, a pesar de lo denostado del género, emergen –como dice una amiga mía- de las profundidades, incluso se reúnen en Internet, para reclamar sus derechos. Sin apenas publicidad, las novelas románticas se encuentran relegadas muchas veces al fondo de las librerías, como si desearan silenciarlas, sepultarlas, arrinconarlas.
Hasta ahora, el mercado estaba monopolizado por escritoras anglosajonas porque las editoriales temían publicar una novela de una autora de habla hispana. A pesar de todo eso, la lectora, la sufrida lectora de novela romántica, ha seguido en la brecha, atrapando y devorando cuanto puede, exigiendo escritoras en su propia lengua, porque la lengua madre es siempre más hermosa, porque llega mejor al corazón. Porque es nuestra. Lo estamos consiguiendo. Estamos ganando la batalla. Pero debemos continuar.
Debemos exigir buenas traducciones, mejores ediciones, libros mejor acabados, sin permitir que se impriman descuidadamente, con erratas. La novela romántica no es mercancía de segunda, porque, además, no nos la cobran como tal.
Las lectoras entregan su amor al género, su apoyo y su ilusión y las editoriales deben responder del mismo modo, mimarnos y esforzarse en ofrecernos cada vez mejores publicaciones... en todos los sentidos.
La mayor aspiración de una escritora es que su esfuerzo, tantas veces robado al sueño y a la familia hasta conseguir crear una historia, pueda llegar a las lectoras en óptimas condiciones. Otro tema es que luego cautive o no. Esto ya es un tema personal, puesto que las lectoras tienen gusto y criterio, no se leen todo porque sí.
El hecho de que leamos libros románticos y que nos gusten los finales felices, no quiere decir que seamos tontas o que vivamos en un mundo irreal, leemos este género porque –como decimos tantas veces- para tristezas ya están las noticias de los informativos diarios.
Las lectoras de romántica, mujeres que durante tantos y tantos años llevamos una considerable carga en nuestras espaldas (como las lectoras de cualquier otro género), este “sexo débil” que tiene la considerable fuerza de poder con todo lo que le echen, que es capaz de consolar, escuchar, proteger y enfrentarse a quien haga falta por aquellos a los que ama, por aquellos que tanto le importan, tienen el derecho a leer lo que les dé la gana sin ser menospreciadas ni vilipendiadas, y sin ser, por supuesto, reducidas al ostracismo e ignoradas y arrinconadas por leer este tipo de historias. Y desde luego, tienen ese derecho porque son una considerable fuente de ingresos para el sector editorial. Una buena publicidad, una buena campaña para limpiar su imagen, unos buenos debates o artículos desde la seriedad, harían mucho por este género y sus incondicionales.
Las películas románticas llenan los cines y no son denostadas y escondidas en salas de segunda. La industria del cine sabe venderlas bien. Las novelas románticas son como esas películas, en la mayoría de los casos mil veces mejores.
Por eso, desde aquí quiero romper una lanza por todas esas mujeres preñadas de coraje, amantes del teatro, del cine, de la música, la historia, la geografía, la pintura, la ciencia... y de las novelas románticas. Quiero hacer un brindis porque lo merecen, porque son el pilar, el aliento y la ilusión de las que, con toda humildad, nos atrevemos a forjar historias. Por ellas.
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