Su cuerpo no sentía el frio del atardecer, ni la humedad que se filtraba por el aire transformada en una suave brumara blanca. Por los espacios vacios se deslizaban los rayos mortecinos de un color ámbar. Las hojas de almendro teñidas de otoño crujían al paso del viento.
Ella parecía un ángel, cubierta por un diáfano vestido blanco que no hacia nada por ocultar su figura. Mostraba más que ocultaba la perfección de sus curvas, la turgencia de sus pechos, la suavidad de su piel, la firmeza de sus muslos.
Noto que era observada, que ella observaba a alguien. Se aventuro a seguirlo, aunque sin saber el destino, sin cuestionar sus acciones. Camino por el bosque con la única compañía del crujir de las hojas a su paso, que murmuraban un quejido bajo sus pies descalzos.
Allí estaba, a lo lejos lo veía y se escapaba. Lo buscaba, solo un poco mas y lograría tenerlo.
Estaba incomoda, alguien la observaba, la perseguirá la asustaba.
Se repetía: - ¡Tranquila, tranquila, todo estará bien! Ve es tuyo, lo encontraste, tómalo. - Y lo tomo, y se le escurrió entre sus dedos
De pronto alguien la tocaba, la sacudía. Estaba allí con ella, no podía ver quién era, ¿por qué la quería?.
De repente el ruido era insoportable, las luces muy brillantes, lastimaba la sus ojos. No entendía, no podía reaccionar, no lograba distinguir claramente lo que ocurría a su alrededor. No había bosque, no había sol, ni hojas. Solo la sensación de movimiento continuo, del sofocante calor húmedo, viciado.
- ¡Niña!, ¡Hey!! Despierta.
- ¡Niña!, ¿Esto es tuyo?...
No estaba en el bosque, solo era un pequeño sueño. Simplemente estaba en el subte y la próxima era su parada.
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