El 505 marchaba rumbo al barrio Nueva Argentina, estaba lleno de pasajeros, todos apretujados, sin espacio siquiera para respirar. Por las ventanillas penetraba un aire sofocante, no recuerdo si era verano o primavera, solo que parecía el calor después de una lluvia torrencial en el litoral. El bamboleo del colectivo me mareaba y la gente andaba aprisa, bueno, en realidad siempre anda aprisa; no miraba a su alrededor, y menos al piso, simplemente al pasar por mi lado me llevaban por delante.
Era pequeña, claro que según decían todos los amigos de mis padres y los tíos, para mis cinco años, era mucho más alta, con largas y agiles piernas, a diferencia de otros niños.
Allí apretada entre tanta gente tuve mucho miedo, pero la curiosidad mato al gato, así mi cabecita asomaba despacio para observar aquel mundo que me rodeaba.
Parecía, o más bien me sentía como una pulga fuertemente aferrada a la pollera de mama, ocultaba mis ojitos entre mis manos, contra la tela fina y de apoco los levantaba y volvía a ocultar.
- ¡Mica! Vamos, no te quedes ahí, en el fondo hay más espacio – con fuerza tomó mi bazo y me arrastro hacia el fondo de aquel colectivo en movimiento.
- ¡Qué alivio!, logré sentir al poder respirar con mayor facilidad
De la caja en sus manos asomaba una planta, pantas parecida a un helecho, muchos papeles revueltos, intenté pararme en la punta de los pies y conseguir ver algo más, la foto de una pequeña.
Para mi metro con diez de estatura era casi un gigante con movimientos pesados, lentos, dificultosos y así lo vi acercarse a la puerta trasera y accionar el timbre para la próxima parada.
Ya en la vereda, su paso era a un más lento y pesado de lo que yo podía imaginar y aún así, el colectivo no superaba su velocidad al marchar.
- Mica deja de volar; acá en donde bajamos – mamá tironeaba y la gente impaciente esperaba mi bajada.
Tomamos el ascensor, no sé a que piso, sólo miraba la caja que ahora estaba a mi altura.
Sin vergüenza alguna, tironeé de la manga del traje gris que aquél hombre llevaba.
- ¿Dónde llevas esos; tus juguetes? - Pregunté
- Pequeña, soy tan viejo, que no puedo jugar, ni trabajar, me mandaron a casa a vivir mi vejez.
Esas preguntas no se deben hacer.
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